Adaptación climática

Adaptación climática, en antropología física, la adaptación genética de los seres humanos a diferentes condiciones ambientales. Las adaptaciones físicas en los seres humanos se observan en respuesta al frío extremo, al calor húmedo, a las condiciones del desierto y a las grandes altitudes.

La adaptación al frío es de tres tipos: adaptación al frío extremo, al frío moderado y al frío nocturno. El frío extremo favorece a las personas bajas y redondas, con brazos y piernas cortas, caras planas con almohadillas de grasa sobre los senos, narices estrechas y una capa de grasa corporal más pesada que la media. Estas adaptaciones proporcionan una superficie mínima en relación con la masa corporal para una mínima pérdida de calor, una mínima pérdida de calor en las extremidades (lo que permite la destreza manual durante la exposición al frío y protege contra la congelación), y la protección de los pulmones y la base del cerebro contra el aire frío en las fosas nasales. El frío moderado favorece al individuo alto, de constitución robusta, con una grasa corporal moderada y una nariz estrecha, por razones similares. El frío nocturno -que a menudo forma parte de un entorno desértico, en el que los habitantes deben ser capaces de soportar condiciones diurnas cálidas y secas, así como el frío nocturno- favorece el aumento de la actividad metabólica para calentar el cuerpo durante el sueño.

La adaptación al calor es de dos tipos: adaptación al calor húmedo y al calor seco (condiciones desérticas). En los climas cálidos el problema no está en mantener el calor corporal sino en disiparlo. Normalmente, el cuerpo se deshace del exceso de calor mediante la sudoración. Sin embargo, en condiciones de calor húmedo, la humedad del aire circundante impide hasta cierto punto la evaporación de la transpiración y puede producirse un sobrecalentamiento. Por lo tanto, la persona adaptada al calor en climas húmedos es característicamente alta y delgada, de modo que tiene la máxima superficie de radiación de calor. Tiene poca grasa corporal; a menudo una nariz ancha, ya que el calentamiento del aire en las fosas nasales no es deseable; y normalmente la piel oscura, que le protege de la radiación solar dañina y puede servir para reducir su umbral de sudoración. La persona adaptada al desierto puede sudar libremente, pero debe hacer frente a la pérdida de agua que ello supone; por ello, suele ser delgada pero no alta. Esta adaptación minimiza tanto las necesidades como la pérdida de agua. La pigmentación de la piel es moderada, ya que la pigmentación extrema es una buena protección contra el sol, pero permite la absorción de calor, que debe perderse mediante el sudor. La adaptación al frío nocturno también es común en las personas adaptadas al desierto.

Las altitudes elevadas exigen un grado de adaptación al frío más la adaptación a la baja presión atmosférica y el consiguiente bajo nivel de oxígeno. Esta adaptación se logra mediante un aumento del tejido pulmonar en general.

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