Una noche, trabajando hasta tarde en el laboratorio de biología del desarrollo, Matthew Harris, de la Universidad de Wisconsin, se dio cuenta de que el pico de un embrión de pollo mutante que estaba examinando se había caído. Al examinar más detenidamente el pico desairado, encontró pequeñas protuberancias a lo largo de su borde que parecían dientes, concretamente dientes de cocodrilo. El descubrimiento accidental reveló que los pollos conservan la capacidad de desarrollar dientes, a pesar de que las aves perdieron esta característica hace mucho tiempo. El hallazgo también resucitó la controvertida teoría de uno de los fundadores de la anatomía comparada, Etienne Geoffroy Saint-Hillaire.
A principios del siglo XIX, Saint-Hillaire observó que los loros en desarrollo tienen pequeñas protuberancias en el pico que se asemejan a los dientes, algo que atribuyó a que los animales modernos derivan de formas primitivas más básicas. Pero debido a sus batallas en desarrollo con Georges Cuvier sobre la evolución, el hallazgo quedó en el olvido hasta que Harris, un estudiante de posgrado, lo redescubrió casi 200 años después.
Los pollos mutantes que estudió Harris presentan un rasgo recesivo denominado talpid2. Este rasgo es letal, lo que significa que tales mutantes nunca nacen, pero algunos se incuban en huevos hasta 18 días. Durante ese tiempo, los mismos dos tejidos a partir de los cuales se desarrollan los dientes en los mamíferos se juntan en la mandíbula del embrión mutante, lo que da lugar a dientes incipientes, una estructura de la que carecen las aves desde hace al menos 70 millones de años. «No hacen un molar», explica el biólogo del desarrollo John Fallon, que supervisó el trabajo de Harris. «Lo que hacen es esta estructura cónica en forma de sable que es claramente un diente. El otro animal que tiene un diente así es un caimán».
Los esfuerzos anteriores para producir dientes en los pollos se habían basado en la introducción de información genética de los ratones, lo que dio lugar a que a los pollos les crecieran molares de mamífero. Pero la capacidad subyacente de los pollos para que les salgan dientes deriva de un ancestro común con los caimanes -los arcosaurios- que es más reciente que el que une a las aves con los mamíferos. No obstante, el mecanismo genético subyacente que produce los dientes en ratones, caimanes y pollos mutantes sigue siendo el mismo.
Se desconoce exactamente cómo la mutación hace que a los pollos les salgan dientes, señala Fallon, pero se puede producir un efecto similar en pollos normales. Harris lo demostró diseñando un virus que imitaba las señales moleculares de la mutación y hacía que los pollos normales desarrollaran brevemente dientes que luego eran reabsorbidos en el pico. El hallazgo de este atavismo -presentado en el número de ayer de Current Biology- abre una nueva vía de exploración en la búsqueda de la comprensión de cómo se pierden estructuras concretas como los dientes en diferentes linajes evolutivos. También reivindica las observaciones realizadas hace tiempo por uno de los primeros padres de la anatomía comparada.