Esta historia tiene lugar en Roma, donde un esclavo griego llamado Androcles se escapó de su amo y huyó al bosque. Allí vagó durante mucho tiempo hasta que estuvo cansado y casi agotado por el hambre y la desesperación. En ese momento oyó a un león cerca de él que gemía y gemía y a veces rugía terriblemente. Cansado como estaba, Androcles se levantó y se alejó corriendo, según creía, del león; pero al abrirse paso entre los arbustos tropezó con la raíz de un árbol y cayó cojo. Cuando trató de levantarse, vio que el león se acercaba a él, cojeando en tres patas y sosteniendo la pata delantera delante de él.
El pobre Androcles estaba desesperado; no tenía fuerzas para levantarse y huir, y allí estaba el león viniendo hacia él. Pero cuando la gran bestia se acercó a él, en vez de atacarlo, siguió gimiendo y mirando a Androcles, que vio que el león le tendía la pata derecha, que estaba cubierta de sangre y muy hinchada. Mirando más de cerca, Androcles vio una gran espina clavada en la pata, que era la causa de todos los problemas del león. Haciendo acopio de valor, agarró la espina y la sacó de la pata del león, que rugió de dolor cuando salió la espina, pero que poco después encontró tal alivio que aduló a Androcles y mostró, de todas las maneras que conocía, a quién debía el alivio. En lugar de devorarle, le trajo un joven ciervo que había matado, y Androcles consiguió hacer una comida con él. Durante algún tiempo, el león siguió trayendo a Androcles la caza que había matado, y éste se encariñó con la enorme bestia.
Pero un día llegaron varios soldados marchando por el bosque y encontraron a Androcles. Como no podía explicar lo que hacía, lo hicieron prisionero y lo llevaron de vuelta a la ciudad de la que había huido. Allí, su amo no tardó en encontrarlo y llevarlo ante las autoridades. Pronto Androcles fue condenado a muerte por huir de su amo. Ahora bien, solía ser costumbre arrojar a los asesinos y otros criminales a los leones en un gran circo, para que mientras los criminales eran castigados el público pudiera disfrutar del espectáculo de un combate entre ellos y las fieras.
Así que Androcles fue condenado a ser arrojado a los leones, y el día señalado fue llevado a la Arena y dejado allí solo con sólo una lanza para protegerse del león. El emperador estaba ese día en el palco real y dio la señal para que el león saliera a atacar a Androcles. Pero cuando salió de su jaula y se acercó a Androcles, ¿qué crees que hizo? En lugar de saltar sobre él, lo aduló y lo acarició con su pata y no intentó hacerle ningún daño.
Se trataba, por supuesto, del león que Androcles había conocido en el bosque. El Emperador, sorprendido al ver un comportamiento tan extraño en una bestia tan cruel, llamó a Androcles y le preguntó cómo era que este león en particular había perdido toda su crueldad de disposición. Entonces Androcles le contó al Emperador todo lo que le había sucedido y cómo el león mostraba su gratitud por haberle liberado de la espina. Entonces el Emperador perdonó a Androcles y ordenó a su amo que lo dejara libre, mientras que el león fue llevado de vuelta al bosque y dejado en libertad una vez más.