Pocas cosas son más improbables que ser alcanzado por un meteorito. Desgraciadamente, ése es el caso de la estadounidense Ann Hodges, de Alabama, que el 30 de noviembre de 1954 tuvo tan mala suerte.
A la edad de 32 años, Ann estaba durmiendo la siesta en su casa cuando oyó un ruido en el tejado de su casa. Era una roca de nueve libras que había caído del cielo en Oak Grove.
La roca hizo un agujero en el techo, cayó sobre una radio junto a Ann y chocó con su cuerpo, rompiendo el lado izquierdo de su cadera. Esto le creó un hematoma del tamaño de un balón de fútbol americano en un costado de su cuerpo.
Su madre acudió en su ayuda y ambas comenzaron a preguntarse cuál podría ser el origen de aquella piedra. Pensaron que era un pedazo de avión o incluso una broma. Y el típico temor de los años 50 a un ataque soviético fue rápidamente descartado. La estela de humo que dejó la roca en el cielo atrajo a los vecinos.
Eugene, su marido, llegó a casa del trabajo y encontró su patio trasero abarrotado de curiosos. Entonces se encontró con un gigantesco agujero en el techo y luego con su esposa y suegra, confundidas y asustadas, dentro de la casa.
Pronto llamó a un médico y a la policía. El Dr. Moody Jacobs, un médico local, examinó a Ann y le aseguró que, a pesar de la drástica situación, Ann no había resultado gravemente herida. Aun así, fue hospitalizada para hacerle un seguimiento y para que pudiera descansar de aquella extraña situación.
La confirmación de que la roca era un meteorito vino de la mano del geólogo local George Swindel y, posteriormente, de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, a la que se entregó la roca para su análisis.
Debido a lo extraño de la situación, el caso copó rápidamente los medios de comunicación locales. La casa de Ann fue rápidamente tomada por curiosos y reporteros en busca de primicias para la radio, la televisión y los periódicos.
Al principio, la atención y el interés de los medios de comunicación fueron instigadores para la pareja, pero con el tiempo, la insistencia periodística y la molestia del constante intento de conseguir reportajes y entrevistas acabaron con la intimidad de Ann.
El asunto causaba cada vez más irritación y molestia a Ann. La insistencia de los periodistas fue en aumento, y luego, desembocó en un complicadísimo periplo legal.
Ann afirmó que la roca espacial le pertenecía, ya que se la había enviado , supuestamente, Dios. Sin embargo, no estaba en posesión de la roca y la casa afectada no le pertenecía a ella, sino a una viuda llamada Birdie Guy que le alquilaba. Birdie, interesado en el éxito del caso y en el potencial beneficio que éste podía dar, reclamó también la propiedad de la roca.
Sin embargo, el meteorito estaba en manos de la Inteligencia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, que lo había enviado al Smithsonian para su examen en profundidad. Con el tiempo, el debate adquirió proporciones públicas.
El pueblo y el congresista de Alabama Kenneth Roberts abogaron por devolverlo a Ann. Pero a la ley le importaba poco esa voluntad. Pronto, la disputa se convirtió en un debate de abogados, creando un verdadero lío hasta que se decidió mantener la discusión fuera de los tribunales.
El patio trasero de la casa seguía atestado de investigadores. Ann era el centro mediático de su estado. Periódicos, revistas y canales como Life y el programa de Gary Moore informaron de su historia, incesantemente.
Las confusiones y disputas, además de su propio dolor físico, la hicieron renunciar a lucrarse con el caso, donando la roca al Museo de Historia Natural de Alabama.
Con el tiempo, el sensacionalismo de los medios de comunicación había perdido interés en el caso. Simples campesinos, Ana y Eugenio habían recibido demasiada contrición como para saber manejarla emocionalmente. En 1964, como consecuencia de este desgaste, la pareja se separó y Ann sufrió una fuerte crisis nerviosa. Su salud física y mental estaba completamente deteriorada y Ann fue derivada a una residencia de ancianos, donde murió en 1972.