El país de 170 volcanes

La población de El Salvador desaira que más de 80% de su territorio es vulnerable.

Con sus 21,040 kilómetros cuadrados, El Salvador es el país más pequeño de Centroamérica, pero en su territorio se ubican nada menos que 170 volcanes. De ellos, 14 están activos y seis se vigilan constantemente ante peligro de erupciones, según el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN).

Esta información es importante para El Salvador, dado que hace apenas dos años, en las conclusiones de la conferencia internacional sobre el Cambio Climático de Qatar, se determinó que más del 80 por ciento del territorio de esta nación es vulnerable, es especial porque las montañas, cerros y volcanes han sido deforestados y son propensos a sufrir deslaves de tierra y piedras en épocas lluviosas.

El surgimiento de volcanes en El Salvador fue y es facilitado por su cercana ubicación a dos placas tectónicas, explica Eduardo Gutiérrez, vulcanólogo del MARN. La placa tectónica de Cocos, a 50 kilómetros de las costas salvadoreñas, colisiona con la placa del Caribe. El Salvador se encuentra en la zona de choque de ambas placas y esto facilita la formación de volcanes, señaló el experto.

«Cuando estas dos capas se encuentran, se generan deformaciones y grietas, por las cuales el magma puede subir hacia la superficie, en los volcanes», declara Gutiérrez, quien agrega que la mayoría de volcanes en El Salvador se encuentran alineados paralelamente a la zona de choque entre placas.

De acuerdo a los estudios geológicos locales, la mayoría de volcanes formados por el choque de placas tectónicas surgieron hace 10,000 años. No obstante, se tiene registro de volcanes surgidos hace 100,000 años aproximadamente, los cuales se ubican en la zona norte, en la frontera con Honduras y Guatemala.

Pese al peligro que significan los volcanes, la vida en El Salvador se desarrolla con normalidad. Los salvadoreños construyen sus casas y siembran sus alimentos básicos como el maíz y los frijoles en sus laderas y hasta hacen turismo a la orilla de sus cráteres, como en el caso de El Boquerón.

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Gutiérrez explica que los volcanes se dividen, en cuanto a su conformación, en volcanes poligenéticos y monogenéticos. Los primeros son aquellos formados por capas producidas en varios ciclos eruptivos, como por ejemplo el volcán de Santa Ana o Llamatepec, el más grande de El Salvador con una altura de 2,381 metros sobre el nivel del mar (Foto principal).

Frente a estos, los volcanes monogenéticos son aquellos formados a raíz de un solo ciclo eruptivo. Estos tienden a tener forma de pequeños conos volcánicos como El Playoncito, El Picacho, El Jabalí y El Boquerón, ubicados en un valle de piedras volcánicas que fueron los vestigios de la última erupción de magma de éste último, en 1917.

Por su parte, el volcán conocido como El Playón fue formado en 1917 gracias a una fisura que sacó magma, producto de la erupción del volcán de El Boquerón, en aquel año.

El experto explicó que, una vez que un volcán termina un ciclo eruptivo, las fisuras por las que surgió magma se vuelven a solidificar. Añadió que «una próxima erupción va a encontrar mucha más resistencia y por eso buscará otros volcanes, por eso vemos volcanes perfectamente alineados en una zona determinada».

De todos los volcanes del país, las autoridades mantienen vigilancia permanente sobre seis: Santa Ana, Izalco, San Salvador, la Caldera de Ilopango, San Vicente y Chaparastique.

Gutiérrez menciona que la razón por la que se inspecciona estos seis volcanes más que a lo demás se debe a que tienen historial de erupciones, algunos de gran magnitud como el volcán Caldera de Ilopango, que hace 1,500 años despidió hasta 84 kilómetros cúbicos de material volcánico y actualmente es conocido como el Lago de Ilopango.

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Otras razones para inspeccionar permanentemente estos volcanes son la actividad sísmica interna que mantienen, además de tener cráteres bien definidos y en algunos casos fumarolas.

Según recuentos históricos de la llegada de los conquistadores españoles, a principios del siglo XVI, a los territorios que actualmente ocupa El Salvador, fueron bautizados como Valle de las Hamacas, por la cantidad de movimientos telúricos que se reportaban a cada instante, situación que se mantiene hasta estos días.

En los últimos 10 años El Salvador ha visto dos acontecimientos eruptivos a gran escala en dos de los seis volcanes que se mantienen en constante vigilancia: la erupción del volcán Llamatepec del 1 de octubre de 2005 y la protagonizada por el Chaparrastique el 29 de diciembre del 2013. Las erupciones no han sido de magma o lava volcánica, sino de cenizas y expulsiones de gases.

Antes de la erupción de 2005, el volcán Llamatepec, ubicado al occidente de El Salvador, llevaba 100 años en calma. Eduardo Gutiérrez indica que este volcán no había dejado de ser activo, pero había caído en un periodo no eruptivo. El volcán de Chaparrastique, en el oriental departamento de San Miguel, es en cambio uno de los más activos del país. Antes de diciembre de 2013, su última erupción se registró en 1976.

«Siempre he dicho que no hay que acercárseles a los volcanes cuando hacen erupción, pero después son dadores de vida», concluye Gutiérrez. Y es que tanto la lava como las cenizas son altamente nutritivas para los suelos, que con ello son abonados para las nuevas siembras.

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