Fernando de Borbón, Príncipe de Asturias | Proyecto Herederos del Trono

Cómo perder amigos y alejar a la gente:
La transformación de la imagen de Fernando VII

Richard Meyer Forsting

Una búsqueda rápida sobre Fernando VII devolverá sus dos apellidos más duraderos y famosos: el Rey deseado y el Rey felón. Estas atribuciones diametralmente opuestas pueden parecer sorprendentes a primera vista, pero son simplemente el resultado de una transformación de la imagen de Fernando VII a lo largo del tiempo. El primer apodo se atribuyó a Fernando cuando aún era heredero al trono y brevemente durante su primer reinado (marzo-mayo de 1808), mientras que el segundo surgió durante los últimos diez años de su reinado, la llamada «década ominosa» (1823-33). ¿Cómo pasa un rey de ser el deseado a terminar como el delincuente, el rey criminal?

Ferdinando como Príncipe de Asturias pintado por Goya en 1800

La respuesta está en la imagen mítica de Fernando que se construyó cuando aún era Príncipe de Asturias (1789-1808) y luego durante su exilio en Francia (1808-14), así como en su posterior incapacidad y negativa activa a ajustarse a las expectativas así formadas. Esta es la historia de la construcción y difusión de ese mito, su resistencia y su choque con la realidad de la educación conservadora, la camarilla absolutista y las convicciones reaccionarias de Fernando VII. Es una demostración de cómo la posición dinástica de un heredero, y su falta de participación directa en el gobierno, permite la construcción de una concepción idealizada del futuro rey. Una vez en el trono, las elevadas expectativas y las atribuciones positivas chocarán con la realidad del gobierno del rey, lo que puede hacer cada vez más difícil mantener el mito previamente construido. Esta es también una historia de oportunidades perdidas y fracasos: Fernando desaprovechó la oportunidad de utilizar el prestigio que adquirió como heredero para modernizar y regenerar la monarquía, por lo que acabó entrando en la historia como el felón que fracasó en su intento de instaurar un régimen constitucional en España.

El príncipe inocente

Cuando Fernando nació en el Escorial el 14 de octubre de 1784, sólo era el cuarto en la línea de sucesión al trono, por detrás de sus hermanos y de su padre. Sin embargo, a un mes de su nacimiento sus hermanos (gemelos) habían muerto y poco después de que su padre llegara al trono, el príncipe, físicamente bastante débil y enfermizo, juró como Príncipe de Asturias. Durante sus años de formación, Fernando se mantuvo, por deseo de sus padres, alejado de los asuntos gubernamentales y administrativos. Sus primeros años no apuntaban ciertamente a que se convirtiera en la gran promesa de regeneración de la monarquía española. Al mismo tiempo, el favorito de la corte, Manuel Godoy, ascendió a una posición cada vez más poderosa en el reino, por lo que acabó siendo considerado por muchos como el verdadero gobernante de España. La lucha contra el Príncipe de la Paz, título que Godoy recibió de Carlos IV para disgusto de Fernando (era costumbre que sólo se permitiera el título de príncipe a los vástagos reales), se convirtió en un elemento importante en el ascenso de Fernando y su creciente popularidad. En octubre de 1802, Fernando se casó con María Antonia de Borbón, cuya madre era una firme opositora a Godoy y a su promoción de una alianza con Francia. Animado por su esposa y su entorno, Fernando se mostró cada vez más activo en su intento de socavar a Godoy. Esto se plasmó en una campaña satírica contra Godoy en el invierno de 1806, cuando se distribuyeron estampas entre la nobleza y el pueblo que desacreditaban al favorito de la corte y, por asociación, a los padres de Fernando. El creciente número de enemigos de Godoy se asoció posteriormente con el heredero al trono, lo que les valió la denominación de grupo fernandino. A pesar de que este grupo era conservador y estaba en gran medida descontento con las reformas que debilitaban sus privilegios, su oposición a Godoy encontró amplia resonancia entre un público descontento con la aparente corrupción de la corte y que sufría una crisis económica.

En octubre de 1807 se descubrió una conspiración contra Godoy que implicaba directamente a Fernando. Como ha demostrado MIGUEL ARTOLA, el objetivo último de esta conspiración era forzar la dimisión de Carlos IV y colocar a Fernando en el trono. La levedad de las penas impuestas a los conspiradores y al Príncipe de Asturias fueron consideradas por muchos como una prueba de que todo el asunto era en realidad una gran estratagema de Godoy para desacreditar al heredero al trono y a sus seguidores. Carlos IV decidió hacer público el asunto en el periódico oficial, la Gazeta de Madrid, dándole así una gran visibilidad. Fernando se convirtió así en el centro de la oposición al impopular Godoy. Nació el mito del «príncipe inocente» que luchaba contra el corrupto y malvado favorito de la corte.

La tensa situación en la corte llegó a su punto álgido el 17 de marzo de 1808, con los sucesos que se conocieron como el Motín de Aranjuez. Con la ayuda de importantes sectores de la corte y de un motín popular en la residencia real de Aranjuez, Fernando forzó la abdicación de su padre y la detención de Godoy, que escapó con vida por los pelos. El 19 de marzo de 1808, la multitud reunida frente al balcón del palacio proclamó a Fernando como su nuevo rey. El procedimiento habitual de remitir la abdicación a las Cortes se omitió y la ascensión se construyó como una decisión espontánea del pueblo rechazando a Godoy y aclamando a su nuevo rey.

Como ha dicho LAPARRA, lo importante era «la esperanza de que un príncipe virtuoso e inocente propiciara la regeneración de la monarquía», no los detalles de procedimiento. Durante el breve primer reinado de Fernando VII algunas de estas esperanzas parecieron cumplirse. El rey y su entorno persiguieron implacablemente a Godoy y algunas de sus medidas de reforma más impopulares fueron anuladas. Lo más importante para los liberales españoles es que liberó a algunos presos políticos destacados, como el famoso abogado y escritor liberal Jovellanos; parecía que se iniciaba un reinado más ilustrado. Sin embargo, la liberación de los presos fue más una venganza contra Godoy que un deseo de acabar con la represión política. Sin embargo, los liberales prefirieron alabar al nuevo rey y representar su lucha contra Godoy como una lucha del bien contra el mal, con la virtud triunfando sobre la corrupción. Fernando no podía hacer nada malo, era aclamado como el rey inocente, el más amado, el mejor de los monarcas. Con ello, no sólo dieron una interpretación muy idiosincrática a los acontecimientos, sino que también ignoraron (deliberadamente) la dudosa legalidad de su acceso, su confianza en la nobleza descontenta y su profundo conservadurismo.

El golpe, aunque fue presentado como un levantamiento popular, en realidad fue planeado y ejecutado por un grupo de cortesanos cercanos a Fernando, que estaban más interesados en hacer retroceder las reformas sustanciales de las fuerzas armadas y en detener la expropiación de las tierras de la iglesia que en la situación del pueblo. Además, los liberales pasaron por alto la total falta de inclinaciones «ilustradas» de Fernando. Como ha demostrado MORAL RONCAL, la educación de Fernando y de su hermano Don Carlos siguió estrechamente ligada a las concepciones absolutistas del gobierno y la religión. Su maestro José Escoiquiz, un clérigo conservador y opositor a Godoy, había sido y siguió siendo una influencia clave para Fernando. Fue uno de los principales directores de la camarilla que impulsó el golpe de Estado contra Godoy y más tarde convenció a Fernando VII para que abandonara España en el encuentro con Napoleón que le costó el trono. Más que interpretar las primeras medidas de Fernando VII como ilustradas, quizá sea más razonable ver la política adoptada por Fernando VII como demagógica, aprovechando el odio popular hacia Godoy para favorecer su propia popularidad. Pero esta interpretación no sirvió al objetivo de los liberales cuando estalló la Guerra de la Independencia, que optaron por depositar sus esperanzas en el joven monarca.

El Rey deseado

Cuando, el 24 de marzo de 1808, Fernando se trasladó a Madrid, donde las multitudes le aclamaron una vez más como rey legítimo, la capital ya estaba en poder de las fuerzas de Napoleón. Godoy había permitido la entrada de fuerzas francesas en la capital para emprender una campaña conjunta franco-española contra Portugal. El problema para Fernando VII era que Napoleón no le reconocía como rey legítimo de España. El emperador francés se dirigía a él como Su Alteza Real en lugar de Su Majestad en su correspondencia con Fernando. Esperando un encuentro con Napoleón que legitimara su gobierno y le diera el apoyo militar que necesitaba, Fernando salió de España hacia Bayona, en Francia. Allí se reunió inesperadamente con su padre. Napoleón presionó a Fernando y a Carlos para que le cedieran sus derechos al trono. El 12 de mayo de 1808 Fernando emitió un manifiesto a la nación española, declarando este traspaso de derechos y llamando a los españoles a aceptar las órdenes de Napoleón.

En España esto provocó numerosos levantamientos y la formación de Juntas, que se aferraron a Fernando VII como su legítimo rey y declararon la guerra al imperio francés. Fue en este confuso ambiente político y en el consiguiente conflicto donde un príncipe absolutista pudo convertirse en la gran esperanza liberal. Se ha demostrado que las nuevas autoridades se encargaron en gran medida de crear una imagen positiva de Fernando VII, poniendo al rey en el papel de víctima; primero del tirano interior (Godoy) y ahora del tirano exterior (Napoleón). Como dice LA PARRA, a partir de entonces «el mito se propaga sistemática e intencionadamente». La cesión de sus derechos fue presentada como ilegítima, ya que era forzada y el príncipe estaba cautivo en contra de su voluntad. Las Juntas consideraron que su misión era «inspirar en el pueblo el entusiasmo y el ardor por la defensa de la Patria y del Rey», en palabras de la Suprema Junta de Gobierno de Sevilla. El mito del rey inocente, el «rey deseado» como se le conoce ahora, era vital para unir a los españoles en la lucha contra el enemigo exterior. Las grandes preocupaciones de las Juntas eran que las divisiones desgarraran el movimiento y que los elementos liberales se radicalizaran. La figura de Fernando VII era el antídoto perfecto para ambos peligros.

Ferdinando VII desembarca en el Puerto de Santa María, cuadro de José Aparicio (Museo del Romanticismo, Madrid)

Sin embargo, cuando las Cortes se reunieron en Cádiz, empezaron a surgir los primeros indicios de que Fernando cooperaba de buena gana con su captor. De hecho, su correspondencia con Napoleón demuestra que el «rey deseado» felicitó al emperador por sus victorias sobre las fuerzas españolas rebeldes e incluso expresó el deseo de convertirse en su hijo adoptivo. Mientras que las cartas publicadas fueron rechazadas como falsificaciones y propaganda francesa, los diputados de Cádiz intentaron restringir el poder del rey y basaron explícitamente la legitimidad del monarca en el acuerdo de la nación. Como ha argumentado RICHARD HOCQUELT esto supuso la aparición de una nueva cultura monárquica, que afirmaba la preeminencia de la soberanía de la nación. El acto de equilibrio realizado por los liberales consistió en mantener el discurso dominante del rey inocente y virtuoso deseado, cuando las acciones de ese mismo monarca les hicieron perder la confianza en su sinceridad y tomar medidas de precaución limitando sus prerrogativas y haciendo descansar su legitimidad en el asentimiento popular. Sin embargo, como señaló el MARQUES DE MIRAFLORES, testigo de los hechos, el mito que rodeaba a Fernando VII «le invistió de una inmensa fuerza moral que le convirtió en árbitro de todas las situaciones, desde su acceso al trono hasta su muerte». Desgraciadamente, para los liberales, sus dudas resultaron fundadas y el regreso del rey destruyó sus esperanzas de una monarquía regenerada y constitucional.

El rey engañado

Quizás el aspecto más sorprendente del mito que rodea a Fernando VII sea su perdurabilidad. Hacia el final de la guerra, cuando se extendían las dudas sobre su actuación, las Cortes seguían empleando el mismo lenguaje que retrataba a Fernando como «inocente y desvalido» y «cautivo y oprimido». (Véase un buen ejemplo de esta retórica Representación a Fernando VII en Cervantes Virtual). Además, el mito ni siquiera se descartó del todo a la vuelta de Fernando a España, a pesar de su total desprecio por la Constitución y su persecución a los liberales. A su regreso, el 22 de marzo de 1814, Fernando VII se negó a jurar la Constitución y se alió con el general Elio y otros militares conservadores para recuperar el poder absoluto. Uno de sus primeros actos a su regreso fue decretar la supresión de la Constitución y hacer que algunos de los diputados liberales más destacados de las Cortes fueran encarcelados. Fue el comienzo de seis años de dura represión y persecución. Las conspiraciones de los oficiales liberales del ejército contra el régimen fueron tratadas de forma implacable, en la mayoría de los casos con la ejecución de sus líderes. Sin embargo, en 1820 el joven oficial Rafael del Riego triunfó en su rebelión y forzó la restauración de la constitución de 1812, iniciando los tres años de gobierno liberal conocidos como el Trienio Liberal.

En marzo de 1820 Fernando juró la constitución y declaró célebremente: «marchemos, y yo el primero, por la senda constitucional». Aunque podría suponerse que esta conversión paulina era poco convincente después de los acontecimientos de los últimos seis años, el mito del príncipe inocente resucitó y sufrió otra interesante metamorfosis. La imagen positiva del rey se había popularizado y arraigado tanto en el discurso público que a los escritores y políticos liberales les resultaba difícil contradecirla ahora. En lugar de condenar al rey por su comportamiento pasado y hacer que se arrepintiera públicamente, las autoridades liberales y los medios de comunicación trataron de excusar sus acciones. Atribuyeron las acciones inconstitucionales de Fernando VII a la inexperiencia, su ignorancia a la ausencia de la patria y sobre todo señalaron los malos consejos que había recibido de su camarilla. El rey había sido engañado por los elementos absolutistas que le rodeaban y, por tanto, no se podía considerar que hubiera actuado libremente. La insistencia en la inocencia personal del rey mantuvo viva la imagen mítica de Fernando.

Esta teoría del rey engañado se convirtió en una especie de doctrina oficial, a pesar de las dudas que muchos debían albergar en privado sobre la sinceridad de la constitucionalidad del monarca. La insistencia en la inocencia del rey también se difundió ampliamente a través de obras de teatro, discusiones en la emergente cultura del café y periódicos liberales. Un ejemplo especialmente ilustrativo es un drama titulado Fernando VII desengañado por los héroes de la nación, que se representó en una sociedad patriótica de Palencia en 1820. La traducción del título no es sencilla, pero la palabra desengañado encierra la idea de que el rey había sido engañado y que ahora era libre. Así, incluso algunos de los liberales más radicales y destacados y las sociedades patrióticas defendían públicamente al rey.

El tristemente célebre número 9 de La Tercerola, que en su artículo ‘Al Rey’ publicaba uno de los más feroces ataques a Fernando VII (Madrid, 1822)

El mito sólo entró en su fase agónica cuando elementos cercanos a palacio, probablemente con el consentimiento de Fernando, intentaron un golpe de estado contra la Constitución el 7 de julio de 1822. Ahora la prensa liberal más radical ya no se guardaba sus reservas sobre el rey y sus acciones. El infame periódico radical El Zurriago y su publicación hermana La Tercerola empezaron a reeditar las cartas de Fernando VII a Napoleón y pidieron que el rey fuera declarado incapaz de gobernar. Sin embargo, el gobierno y la prensa liberal dominante siguieron aferrándose al monarca e incluso comenzaron a perseguir a quienes atacaban directamente al rey. En 1823 la Santa Alianza decidió invadir España para derrocar el sistema constitucional y restaurar el orden en la cada vez más inestable Península. Cuando Fernando se negó a acompañar al gobierno liberal y a gran parte de sus fuerzas restantes durante su huida a Cádiz, las Cortes le declararon finalmente «moralmente impedido» para gobernar España. Tras el rápido éxito de la invasión extranjera, Fernando fue restaurado en el poder absoluto una vez más y desató una reacción aún más represiva y despiadada que en 1814. Esta última década de su gobierno se conocería como la decada ominosa. Tal vez la fuerza del mito esté mejor encapsulada en la confianza de muchos liberales en la promesa inicial de Fernando de indultar a todos los implicados en el proyecto constitucional. Muchos pagaron con su vida su confianza y su creencia mítica en la bondad de su rey. Uno de ellos fue el líder de la rebelión de 1820, Rafael del Riego. Fue ahorcado públicamente en la Plaza de la Cebada de Madrid el 7 de noviembre de 1823.

El Rey felón – the felon King

A la luz de su severo absolutismo y de la completa traición a las esperanzas liberales depositadas en él, no es de extrañar que Fernando haya entrado en la historia como el Rey felón, the felon o the criminal king. A los liberales les costó mucho romper con el mito del príncipe inocente e incluso intentaron exculparle de su acción en el exilio y de los seis años de represión que siguieron a su regreso. Sin embargo, finalmente tuvieron que aceptar la realidad de que Fernando no era ni liberal ni constitucional. El liberalismo español había depositado su esperanza en un «príncipe inocente» que resultó ser un absolutista sin paliativos. El rey bajo cuyo estandarte habían luchado y muerto contra Napoleón les traicionó.

No es el aspecto de un rey constitucional: Fernando VII con la insignia de la Orden del Toisón de Oro. Pintura de Vicente López, 1830 (Palacio de España, Roma)

Se había podido retratar e imaginar a Fernando en su papel de heredero y exiliado como la esperanza liberal de regeneración frente a un enemigo interno y externo. Su falta de participación en los asuntos de gobierno hizo que fuera relativamente fácil ignorar sus tendencias reaccionarias y su educación conservadora. Sin embargo, el mito fue imposible de mantener cuando Fernando se convirtió en rey y decidió gobernar en completo contraste con la imagen que se había proyectado sobre él.

Los herederos tienen la oportunidad de adquirir un considerable capital político sin tener que participar activamente en los asuntos de gobierno. Una vez que el heredero asciende al trono, el mito que le rodea como rey depende de sus acciones y sus logros. A la luz de la decepción de los liberales con el regreso de Fernando, es notable que el mito del heredero haya podido perdurar durante tanto tiempo en la figura del rey. Fernando VII no supo utilizar su considerable capital político para regenerar la monarquía y asentarla sobre una base constitucional. Al final incluso perdió su prestigio entre las fuerzas ultraconservadoras del reino que se unieron a su hermano en una lucha contra su heredera, Isabel II, tras su muerte en 1833. De hecho, consiguió perder a casi todos sus amigos y aliados, lo que obligó a su esposa a aliarse con sus antiguos enemigos, los liberales, para apoyar la pretensión de su hija al trono. Los liberales, mientras tanto, nunca perdonaron a Fernando VII, que para ellos seguiría siendo siempre el Rey felón.

Lectura adicional sugerida:

ARTOLA, Miguel, Memorias de tiempos de Fernando VII, Madrid, Atlas, 1957

DÍAZ PLAJA, Fernando, Fernando VII: el más querido y el más odiado de los reyes españoles, Barcelona, Planeta-Agostini, 1996

HOCQUELLET, Richard, Résistance et révolution durant l’occupation napoléonienne en Espagne, 1808-1812 (París: la Boutique de l’histoire éd., 2001)

LA PARRA LÓPEZ, «La metamorfosis de la imagen del Rey Fernando VII entre los primeros liberales», http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcww811

MIRAFLORES, Marqués de, Apuntes histórico-críticos para escribir la historia de la revolución de España desde el año 1820 hasta 1823,Londres, Ricardo Taylor, 1834, 3 vols

MORAL RONCAL, Antonio M, Carlos V de Borbón, 1788-1855 (Madrid: Actas Editorial, 1999)

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