Literatura argentina

OrígenesEditar

De hecho, el propio nombre del país proviene de un latinismo que apareció por primera vez en una fuente literaria: El poema épico La Argentina (1602) de Martín del Barco Centenera. Esta composición consta de 10.000 versos y describe tanto el paisaje como la conquista del territorio. La palabra fue reintroducida en la Argentina manuscrita, una crónica en prosa de Ruy Díaz de Guzmán.

La literatura argentina comenzó hacia 1550 con la obra de Matías Rojas de Oquendo y Pedro González de Prado (de Santiago del Estero, el primer asentamiento urbano importante de Argentina), que escribieron prosa y poesía. Se inspiraron en parte en la poesía oral aborigen, en particular, según Carlos Abregú Virreyra, en los lules, juríes, diaguitas y tonocotés. Se produjo una simbiosis entre la tradición aborigen y la española, creando una literatura distinta, limitada geográficamente (hasta bien entrado el siglo XVIII) a las regiones del norte y el centro argentino, con la provincia de Córdoba como centro, debido a la fundación de la Universidad Nacional de Córdoba. De esta época destacan dos nombres: Gaspar Juárez Baviano, y Antonia de la Paz y Figueroa, también conocida como «Beata Antula».

Gradualmente, con la prosperidad económica del puerto, el eje cultural se desplazó hacia el este. Las letras de la época colonial (virreinato-neoclasicismo, barroco y épica) crecieron al amparo del fervor independentista: Vicente López y Planes, Pantaleón Rivarola y Esteban de Luca.

Durante el siglo XVII, la literatura barroca argentina fue pobre en comparación con la de Europa y algunas otras partes del Nuevo Mundo. El único poeta notable de esta época fue fray José Luis de Tejeda que escribió Coronas líricas y El peregrino de Babilonia

Independencia cultural de EspañaEditar

Artículo principal: Generación de 1837
El salón de la generación de 1837.

Al igual que en el resto del continente, en Argentina hubo fuertes sentimientos de emancipación de España. Antes de la independencia, algunos autores neoclásicos como Juan Cruz Varela produjeron numerosas obras relacionadas con este espíritu revolucionario pero aún bajo el paradójico dominio español.

La verdadera ruptura de Argentina con la tradición española se manifestó en la literatura a través de la adopción del romanticismo francés como modelo, postulando el retorno a las fuentes populares y a lo medieval. Esta estética e intelectualidad fue aportada por Esteban Echeverría, quien escribió el primer cuento local y realista, El Matadero, así como el poema nativista La Cautiva, con la Pampa como fondo. Su mordaz ingenio y su oposición al poderoso gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas le obligaron a exiliarse.

A mediados del siglo XIX José Mármol publicó la primera novela argentina, Amalia (1851-1852), una novela histórica ambientada en el oscuro año de 1840 que mezclaba personajes de ficción (Amalia, Daniel Bello, Eduardo Belgrano) con personajes históricos reales como Juan Manuel de Rosas.

A medida que aumentaba el poder de Rosas, se producían más obras literarias de la oposición, como la obra de Juan Bautista Alberdi El Gigante Amapolas, un buen ejemplo de sainete local. En el género del ensayo, Domingo Faustino Sarmiento publicó su Facundo, una particular (re)visión de la vida de Facundo Quiroga desde un punto de vista determinista. Sarmiento transmitió en este análisis aspectos de la sociología y la semiótica.

Echeverría, Mármol y Sarmiento forman parte del grupo de escritores conocido como Generación del 37, considerados la primera generación de intelectuales locales.

La poesía disminuyó su espíritu combativo y se volcó hacia lo anecdótico y sentimental: Carlos Guido y Spano y Ricardo Gutiérrez, los cronistas de la literatura popular. Lucio V. Mansilla publicó en 1870 Una excursión a los indios ranqueles, una especie de crónica de una expedición voluntaria para firmar un tratado de paz con los indios. Su obra (inscrita en una estética realista) anticipó la Generación del ’80, que estaría profundamente influenciada por el modernismo. Juana Manuela Gorriti fue una de las primeras escritoras populares, sobre todo por sus obras de narrativa melodramática como la novela La hija del mazorquero y la fundación de la revista cultural La alborada.

Literatura GauchescaEditar

Portada del Martín Fierro de José Hernández, edición de 1894.

Los temas y estilos orientados a Europa, de hecho eurocéntricos, seguirían siendo la norma en las letras argentinas, especialmente de Buenos Aires, durante este siglo. La poesía (romántica) como La cautiva o la última Santos Vega de Rafael Obligado dieron mucha importancia a la naturaleza de la pampa, compartiendo algunos elementos con una literatura pintoresca, de imitación gauchesca, pretendiendo utilizar el lenguaje de los gauchos y reflejar su mentalidad. La primera corriente se conoce como poesía nativista y se convirtió en una tradición literaria. La segunda (conocida como poesía gauchesca) se desarrolló paralelamente como parte de la comprensión de la identidad nacional de esa generación. Aunque también es un producto de autores literarios, esta escritura toma la voz del gaucho como protagonista desde el principio. La gauchesca se relaciona con el canto del payador, siendo un payador un equivalente moderno de los cantores medievales analfabetos. La obra de un payador, en oposición a la gauchesca, se canta de forma espontánea.

El primer autor gauchesco fue Bartolomé Hidalgo que escribió durante la guerra de la independencia y por lo tanto sus obras tenían una fuerte ideología política. Sus composiciones eran principalmente cielitos (canciones payadorescas pero con mensajes políticos provocadores) y diálogos patrióticos (conversaciones entre dos personajes sobre temas de actualidad).

En una segunda época, la gauchesca estuvo influenciada por las luchas político-faccionarias. Estanislao del Campo, e Hilario Ascasubi son los escritores más representativos de este periodo. Del Campo escribió Fausto, un poema que ha sido leído tanto como una parodia de la gauchesca como una broma inteligente hacia la gente de la ciudad. En el poema, Anastasio El Pollo se encuentra con un amigo y le cuenta sus impresiones sobre un hecho concreto: ha visto al Diablo. Lo que El Pollo no sabe (o finge no saberlo) es que lo que ha visto es en realidad una representación de ópera en el Teatro Colón.

El último autor de gauchesca es José Hernández, el autor del Martín Fierro. La gauchesca deja sus influencias políticas y se convierte en social en el sentido de que los gauchos están desapareciendo, principalmente debido a Sarmiento y al nuevo modelo económico. Hernández es considerado el responsable de consolidar el estilo gauchesco.

Generación de 1880Editar

La generación de 1880 acentuó el color europeo y la supremacía cultural de Buenos Aires. La corriente migratoria de etnia mixta acentuó el cambio de la gran aldea por la metrópoli cosmopolita. La poesía de este período es lírica: Leopoldo Díaz y Almafuerte. Este último suele retratar la vida obrera en apasionados ataques contra las contradicciones de la sociedad contemporánea. Almafuerte (seudónimo de Pedro Bonifacio Palacios) fue también profesor y periodista cuyas opiniones y artículos le dieron muchos problemas.

El ensayo es un género reciente que se desarrolló a finales del siglo XIX: José Manuel Estrada, Pedro Goyena y Joaquín V. González.

Las obras narrativas oscilaron entre la temática social y la literatura costumbrista. La tendencia predominante fue el realismo, representado por Miguel Cané en su novela autobiográfica Juvenilia. Otros escritores influidos por el realismo fueron Lucio V. Mansilla, Francisco Sicardi, Benito Lynch y Carlos María Ocantos. El naturalismo también fue una tendencia importante a finales de siglo. El naturalismo argentino fue comandado por Eugenio Cambaceres en sus novelas Sin rumbo y Música sentimental, hoy casi olvidadas. Cambaceres se inspiró en la teoría de Émile Zola sobre el enfoque naturalista de la obra literaria, pero su ideología sufrió considerables alteraciones. Julián Martel y Antonio Argerich con ¿Inocentes o culpables? añadieron un toque moral muy cargado al naturalismo argentino.

ModernEdit

Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges en Mar del Plata, 1935.

Hacia finales del siglo XIX, liderado por el nicaragüense Rubén Darío, aparece el modernismo en la literatura latinoamericana. El preciosismo de las formas y una fuerte influencia del Simbolismo resumen el nuevo género, que inspira la voz más clara de la poesía, Leopoldo Lugones, autor del primer relato argentino de ciencia ficción. La primera generación verdaderamente moderna de la literatura argentina es la de los martinfierristas (c. 1922). El movimiento aporta una doctrina intelectual en la que confluyen varias corrientes: la representada por el grupo Florida, adscrita al ultraísmo, con Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y Macedonio Fernández; y la de Boedo, impresionada por el realismo ruso, con Raúl González Tuñón, César Tiempo y Elías Catelnuovo. Ricardo Güiraldes, sin embargo, sigue siendo clásico en su estilo, dando una nueva frescura a la poesía gauchesca y escribiendo la que quizá sea la novela Don Segundo Sombra.

Benito Lynch (1885-1951), un excéntrico cuentista que, como Güiraldes, no se encuadra fácilmente en ninguna «generación», escribió por esta época sus estrafalarios relatos en clave neoguuchesca.Entre el final de esta década y el comienzo de la siguiente surgieron los Novísimos, una generación de poetas (Arturo Cambours Ocampo, Carlos Carlino y José Portogalo), escritores de ficción (Arturo Cerretani, Roberto Arlt, Luis María Albamonte y Luis Horacio Velázquez) y dramaturgos (Roberto Valenti, Juan Oscar Ponferrada y Javier Villafañe). El grupo promovió la reflexión filosófica y una nueva esencia para la Argentinidad. La novela Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, publicada en 1948 y elogiada por Julio Cortázar en 1949.

También hay que destacar la obra literaria de Leonardo Castellani (1899-1981), sacerdote jesuita que dejó un considerable caudal de ensayos, novelas, cuentos y poesía. Expulsado de la Compañía de Jesús, el franco Castellani también fue ampliamente ignorado -como su contemporáneo Marechal- por la intelectualidad literaria de su tiempo debido a su ideología nacionalista.

Generación del 37Editar

La Generación del 37 se centra en la poesía, donde se desarrolla lo descriptivo, nostálgico y meditativo en la obra de Ricardo E. Molinari, Vicente Barbieri, Olga Orozco, León Benarós y Alfonso Sola Gonzáles. Los escritores de ficción se adscribieron al idealismo y al realismo mágico, María Granata, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Silvina Ocampo) o a una forma más sutil de realismo Manuel Mujica Laínez, Ernesto L. Castro, Ernesto Sabato y Abelardo Arias) con algunos toques urbanos, así como a la literatura costumbrista (Joaquín Gómez Bas y Roger Plá).

No abundan los ensayistas. Antonio Pagés Larraya, Emilio Carilla, Luis Soler Cañas son algunos de los pocos que destacan, aunque el mayor ensayista argentino después de Sarmiento -Ezequiel Martínez Estrada- también perteneció a la Generación del 37. Muchos de estos escritores y varios europeos colaboraron ampliamente en Sur, revista literaria editada por Victoria Ocampo, destacada comentarista de la cultura del momento.

El neohumanismo, el existencialismo y otras influenciasEditar

Julio Cortázar en 1967, fotografía de Sara Facio.

En 1950 surgió otro hito: el Nuevo Humanismo, una respuesta a la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas. En un nivel están los vanguardistas como Raúl Gustavo Aguirre, Edgar Bayley y Julio Llinás; en otro, los existencialistas: José Isaacson, Julio Arístides y Miguel Ángel Viola. Más lejos están los que concilian ambas tendencias con una tendencia regionalista: Alfredo Veiravé, Jaime Dávalos y Alejandro Nicotra. Otros escritores de ficción dejaron un testimonio muy cargado de la época: Beatriz Guido, David Viñas, Marco Denevi y Silvina Bullrich. En la mayoría de los escritores se percibe una fuerte influencia de la poesía anglosajona e italiana. Destacan las obras poéticas de dos discípulos de Marechal, los poetas Rafael Squirru y Fernando Demaría.

Una nueva corriente se inicia en 1960, prolongándose hasta aproximadamente 1990. Sus influencias son heterogéneas: Sartre, Camus, Eluard; algunos escritores españoles, como Camilo José Cela; y escritores argentinos anteriores como Borges, Arlt, Cortázar y Marechal. Dos tendencias se pusieron de manifiesto: el rastreo del tiempo metafísico y la historicidad (Horacio Salas, Alejandra Pizarnik, Ramón Plaza) y el examen del desorden urbano y social: (Abelardo Castillo, Marta Lynch, Manuel Puig, Alicia Steinberg).

Guerra suciaEditar

Los años 70 fueron un período oscuro para la creación intelectual en Argentina. La época se caracteriza por el exilio (Juan Gelman, Antonio Di Benedetto) o la muerte (Roberto Santoro, Haroldo Conti y Rodolfo Walsh) de importantes escritores. Los restantes periodistas literarios, como Liliana Heker, velaron sus opiniones en sus trabajos. Algunos periodistas (Rodolfo Walsh), poetas (Agustín Tavitián y Antonio Aliberti), escritores de ficción (Osvaldo Soriano, Fernando Sorrentino) y ensayistas (Ricardo Herrera, María Rosa Lojo) se destacaron entre las vicisitudes y renovaron el campo de las ideas éticas y estéticas.

CurrentEdit

La década de 1990 está marcada por el reencuentro entre sobrevivientes de distintas generaciones, en una coalición intelectual para la revisión de valores y textos cuando la Argentina encaraba el fin de siglo. Algunos ejemplos son Alan Pauls, Mario Areca, Aníbal Cristobo, Ernesto de Sanctis, Marco Denevi, Edgar Brau y algunos más.

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